POR: ALEJANDRA VILLOTA
La ley de imprenta de 1821 seguía vigente en la nueva Constitución de la República sin cambios de tipo sustancial. En esta primera década, la prensa funcionó de alguna manera como detonante de los problemas que enfrentaban la administración central: acusaciones de malos usos de los fondos públicos, corrupción, falta de transparencia, el papel de ciertos funcionarios públicos, incluido el propio presidente, oscuras negociaciones económicas y políticas, parecían delinear el formato del accionar periodístico durante los albores de la nación.
La ley de imprenta de 1821 seguía vigente en la nueva Constitución de la República sin cambios de tipo sustancial. En esta primera década, la prensa funcionó de alguna manera como detonante de los problemas que enfrentaban la administración central: acusaciones de malos usos de los fondos públicos, corrupción, falta de transparencia, el papel de ciertos funcionarios públicos, incluido el propio presidente, oscuras negociaciones económicas y políticas, parecían delinear el formato del accionar periodístico durante los albores de la nación.
En la época republicana los representantes de lo
nuevo, los liberales que propugnan los postulados de las revoluciones burgueses
que en el siglo pasado se extienden por el mundo, convencidos de su
importancia, trabajan con todas sus fuerzas, evadiendo toda clase de
obstáculos, para difundir sus ideas y hacer que penetren en el pueblo.
Mientras los conservadores, partidos del viejo orden
colonial y terratenientes, tratan de impedir por cualquier medio que el credo
revolucionario se propague, porque saben que eso significa el fin de su
dominio.
En toda nuestra historia republicana está inmersa
en esta lucha, que no pocas veces queda signada con la sangre de los portadores
del ideal revolucionario.
Pero, ¿cuál es el instrumento más apropiado, el más
al alcance de la mano, para divulgar en el país los principios liberales? No
hay duda que el mejor, el que más frutos produce, es la propaganda escrita. Es
la propaganda periodística, asequible para la comprensión del pueblo.
Los periódicos ecuatorianos y los periodistas que
respaldaron a Alfaro fueron numerosos, y entre estos destacaron El Tiempo y El
Grito del Pueblo.
La transmisión de las ideas no era cosa fácil en
ese entonces, pues se hallaba obstaculizada por una serie de trabas,
especialmente de carácter jurídico y religioso.
En la historia del país, los que vendían,
publicaban o circulaban escritos condenados tenían la misma pena que el autor,
ya que se prescribe, como en los tiempos de la inquisición, que todos los
ejemplares sean recogidos y quemados.
Se puede calificar como impío, todo en cuanto no
esté de acuerdo con los preceptos de la religión católica, es decir, todo
cuanto no concuerde con La Biblia, todo lo que no coincida con las
proposiciones condenadas por el Syllabus, toda disidencia con las encíclicas papales, en fin, todo pensamiento concorde
con las ideas expuestas en los libros condenados en el Índex, por más excelsos
y sabios que fuesen sus autores.
BIBLIOGRAFÍA:
(ALBORNOZ, Oswaldo. “Periodista, José Peralta”.
2000)
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